Un terreno con ondulaciones suaves, surcado por arroyos y con gran cantidad de pájaros, es ideal para vivir un día en familia. El ambiente cuidado exige la consideración de sus visitantes.
Las palmeras estuvieron siempre allí, en un espacio natural del centro este de la provincia de Entre Rios. Al formarse el Parque Nacional El Palmar, estas plantas autóctonas quedaron dentro de un área protegida con el objetivo de resguardar uno de los últimos palmares yatay que existen en el mundo.
Ingresamos al parque desde la ruta nacional 14 y debimos recorrer 12 kilómetros por un camino consolidado interno para acceder al Centro de Visitantes. Optamos por detenernos allí unos minutos para recibir toda la información necesaria para andar por los senderos internos y comprender mejor el sentido del parque y el valor de lo que visitaríamos.
Con un mapa en la mano, comenzamos a deambular sin apuro por los distintos itinerarios y aprovechamos para descubrir cada sector, sin omitir ninguno. Hay recorridos en auto y peatonales y estacionamientos cuando se emprenden las caminatas; todo está demarcado y es difícil perderse.
Desde el camino principal fuimos tomando uno a uno los cuatro senderos vehiculares que recorren los distintos espacios el parque. El primero nos condujo por un denso palmar hasta dejarnos frente a dos senderos peatonales que llegan a puntos panorámicos espectaculares. Uno es el conocido como La Glorieta y el otro lleva al arroyo El Palmar; incluyen un sendero peatonal interpretativo por la selva ribereña, entre pastizales y palmares hasta alcanzar un pequeña cascada.
Desde el mirador de La Glorieta tuvimos una visión hermosa del curso del arroyo. En ambos casos nos detuvimos un buen rato para sacar fotos y tomar algo fresco, ya que hacía calor. Luego ubicamos otro camino conocido como Yatay.
El siguiente sendero para vehículos nos llevó hasta el arroyo Los Loros a través de montes y selva en galería y un pequeño palmar. Luego de transitar 2.000 metros y un pequeña trepada, concluye en un mirador con una vista panorámica muy abarcadora. Según el mapa, habíamos llegado al límite norte del parque y teníamos un punto de vista que nos permitió considerar los grandes cambios que experimentan los ambientes naturales.
Junto al ingreso del área de acampe iniciamos un trayecto autoguiado con carteles, que nos fueron explicando el recorrido hacia El Mollar (unos 1.400 metros). Ese área se encuentra invadida por especies vegetales exóticas; el personal del parque que se hallaba trabajando en el lugar nos comentó acerca de las tareas de manejo de los ambientes naturales.
Nos quedaba aún otro sendero para realizar sobre el auto, que llega hasta la costa del río Uruguay, donde dimos con el área de servicios. Allí nos esperaba una playa magnífica de un kilómetro de extensión por la que caminamos, ya que no está habilitada como balneario.
Nos faltaba conocer el sitio histórico llamado Ruinas de la Calera del Palmar. Esa referencia es muy interesante porque muestra uno de los primeros asentamientos jesuíticos de la región, en el que convivían junto a los guaraníes. La cal que enviaban a Buenos Aires, entre otros elementos, se obtenía quemando piedra caliza en hornos.
Nuestro pensamiento al retirarnos giró alrededor de la importancia que tiene este habitat ecológico que, como tal, fue nombrado patrimonio natural de la humanidad. “¡Mami, ahora que nos vamos, los animalitos pueden andar libres por el parque!”, dijo nuestro hijo refiriéndose a pájaros carpinteros, carpinchos, perdices y zorros de monte que viven allí en libertad.
Los guías y guardaparques nos hicieron valorar lo vivido. De todos nosotros depende su conservación.