Los deportistas aprovechan las intensas ráfagas de viento local para realizar sus prácticas en una de las playas mejor acondicionadas de la costa atlántica.
Nos acercamos a la costa cuando la bajamar estaba en su plenitud y su ancho fluctuaba entre los 400 y 600 metros. Nos sorprendió la algarabía y la cantidad de gente que disfrutaba de la velocidad de deslizamiento que desarrollaban esos pequeños vehículos.
Logramos hacernos un espacio entre el público para apreciar de cerca a esos intrépidos pilotos que realizan la actividad a pocos centímetros del suelo. Viajan casi acostados sobre un frágil espacio sostenido por tres ruedas neumáticas y despliegan un velamen de gran porte que deben orientar de acuerdo a los vientos. Se requiere gran habilidad para manejar esos elementos sobre la arena húmeda y desarrollar hasta 180 kilómetros por hora.
Luego de una tarde a pleno sol y aventura, dejamos la playa y los acantilados que cierran la villa. Era la primera vez que disfrutábamos de esta actividad, nos alegró haber participado de una reunión deportiva distinta y con gran participación de adeptos.