Desde lo alto, el entorno toma otra dimensión: la población parece más extensa, el océano se siente infinito y el sonido del viento comodorense se multiplica.
Si bien es posible acceder a él en auto, decidimos ascender a pie. Nos asesoramos acerca de cómo abordarlo, ya que sufre constantes desplazamientos del material que lo conforma (areniscas, restos fósiles de moluscos marinos, yeso y formaciones ferruginosas). También las lluvias y el viento juegan un papel importante en su inestabilidad.
Con cuidado pero sin demasiado esfuerzo trepamos hasta su cima, situada a 215 m.s.m.m. El viento nos impedía tener una conversación fluida y nos dedicamos a contemplar el paisaje. Siguiendo el trazado de las calles, descubrimos los edificios y plazas conocidos, el puerto, las destilerías y la villa Rada Tilly. El mar ocupó la mayor parte de nuestra escena con la sucesión de olas que llegaban y regresaban a la playa, mientras que en el horizonte se fundían los distintos colores azules del agua y el cielo.
Al Chenque se lo valora por su tradición indigenista y se lo nombra en canciones y versos sentidos de cantautores patagónicos. El músico Oscar Payaguala, que hizo conocer el canto tehuelche fuera de las fronteras del país, es uno de ellos.