La idea de volar sobre la capital mendocina y sus alrededores en parapente resulta un sueño hecho realidad. Cualquiera que se lo proponga puede tener esta experiencia junto a un instructor calificado y convertirse en pájaro.
La excursión de parapente en Mendoza se ha convertido en un producto que junto a los mejores vinos del mundo y el ascenso al cerro Aconcagua ya es una marca registrada.
“Un clásico que nadie debería perderse”, asegura uno de los instructores de una de las escuelas de vuelo más conocidas de la ciudad, que desde hace años invitan a volar por los cielos.
El tour comenzó cuando pasaron a buscarnos por nuestro alojamiento. Hay dos turnos, por la mañana y por la tarde. Gracias al clima predominantemente seco, se puede volar durante todo el año, siempre y cuando las condiciones climáticas sean favorables.
A solo quince minutos de la ciudad de Mendoza se encuentra el cerro Arco, un centro de vuelos y actividades al aire libre sin igual, que se levanta a 1.640 metros de altura. Desde su cumbre se pueden divisar el famoso parque General San Martín y toda la ciudad de Mendoza.
Para llegar hasta la cumbre, donde comienza a prepararse la logística del vuelo, se utilizan camionetas 4x4. La emoción de la aventura empieza a correr por nuestras venas a medida que nos acercamos y observamos los preparativos.
Cabe destacar que este paraje también lo disfrutan quienes prefieren subir caminando, corriendo y hasta en sus bicicletas mountain bike. En el caso del parapente, la actividad permite un incomparable contacto con la naturaleza. “Apto para toda la familia”, dice el instructor mientras asegura el arnés y nos da las instrucciones básicas para que todo transcurra con tranquilidad.
La seguridad es la premisa número uno de los pilotos. De hecho, todos son muy experimentados en el tema: un dato no menor es que los pilotos que vuelan en biplaza (modalidad tándem) deben tener al menos 200 horas de vuelo como pilotos monoplaza. Esto permite que podamos disfrutar del vuelo sabiendo que hay alguien que estudió, entrenó y practicó mucho para poder llevarnos a vivir esta experiencia inigualable.
“Al principio, una vez que logramos parar la vela, hay que correr hacia delante, así despegamos lo más rápido posible”. Y así, en segundos, ya estábamos por encima de las cabezas de quienes seguían preparando sus equipos.
Una vez arriba, se puede ver toda la ciudad. No queda más que disfrutar del paisaje y de la sensación única de volar. No existe nada en el mundo que se compare con sentirse un pájaro. Una experiencia que no se olvida fácilmente.