Merlo ofrece una zona céntrica poblada de locales comerciales, “el Pueblo”, y otra residencial hacia los cerros, ideal para las actividades de aventura y los paseos organizados.
La ciudad de Villa de Merlo se muestra como un pueblo alegre colgado de las hermosas sierras puntanas donde se aúnan descanso, paz y ambiente natural. Para comenzar a recorrerla, nos acercamos al Casco Fundacional conformado por la plazoleta Marqués de Sobremonte y la capilla Nuestra Señora del Rosario, de inicios del siglo XVIII. Las blancas y sencillas paredes de la iglesia y la reconstrucción del aljibe comunal en el centro de la plaza recrean sus inicios históricos.
Luego nos movimos por las amplias avenidas del centro para ir descubriendo sus encantos. La más visitada es la avenida Del Sol, que tiene movimiento durante todo el día. A la tardecita y noche luce más colorida e iluminada por la gran variedad de locales comerciales.
En ellos es habitual elegir entre piezas artesanales de barro, cerámica, cuero y ónix o piedras semipreciosas que revalorizan las artes aborígenes. Luego, sobre la calle Becerra de la vieja terminal de ómnibus, descubrimos la feria artesanal y productiva.
El hábito de comer algo rico y distinto durante las vacaciones se satisface especialmente en los locales de la avenida Del Sol y la del Reencuentro, en el ingreso a la ciudad. Excelentes parrillas, asadores y restaurantes con manjares de la zona se suman a la gran variedad de alfajores caseros.
Si nos preguntan dónde comer los mejores chivitos y alfajores, contestaremos que hay que probar, probar y probar, y sacar las propias conclusiones.
Muy cerca del centro, a solo 3 kilómetros, conocimos el algarrobo Abuelo, que tiene más de 800 años. Su especie era considerada divina por los comechingones, que la utilizaban como comida y bebida cuando poblaron estas tierras.
Se lo considera un monumento natural y se alimenta a través de muchas ramas que han tomado contacto con el suelo y formaron nuevas raíces. Los claveles del aire se apoyan con romanticismo en sus ramas y han generado un famoso poema del poeta local Antonio Esteban Agüero:
“Padre y señor del bosque,
abuelo de barbas vegetales...”
Anduvimos por los barrios cercanos, que son verdaderas villas turísticas ya que en verano triplican su número de habitantes. Rincón del Este, Piedra Blanca Abajo y Piedra Blanca Arriba son solo algunos y sus casas de techos de teja roja se diseminan con prolijidad.
A poco de andar por ellos, uno se encuentra en pleno monte serrano con especies autóctonas: chañares, talas y espinillos conviven con gran cantidad de hierbas aromáticas y medicinales.
En Rincón del Este, visitamos el Museo Jorge Kurteff, conocido escultor y orfebre autor de variadas y finas artesanías dotadas de una gran sensibilidad y que contienen un mensaje de vida singular.
Tan pronto accedimos a Piedra Blanca Arriba, donde aún quedan los vestigios de la villa veraniega original, reconocimos el tan nombrado microclima merlino. Recorrimos su arroyo y su bosque al pie de la sierra, lugares ideales para el descanso y “las ganas de no hacer nada”.
El Villa de Merlo nocturno cuenta con dos casinos que a sus salas de juego tradicionales agrega espectáculos con artistas invitados que animan las noches. El Flamingo está en pleno centro y el Dos Venados es conocido por el reloj de sol “El ojo del tiempo”, realizado por el artista plástico Pérez Celis.
Villa de Merlo es uno de esos lugares donde hay que dejar estacionado el auto y caminar por sus espaciosas vereda para apreciar las hermosas residencias veraniegas y percibir el aire fresco sanador y con buena onda.