Buenos Aires se recorre diferente sobre una bicicleta. El viento en la cara y el pedaleo tramo a tramo hacen aun más atractivas las calles de esta ciudad que esconde secretos e historias.
Pedaleando en la gran ciudad
No es necesario ser un experto ciclista para elegir uno de estos tours que resultan divertidos, relajantes y que son, por sobre todo, una excelente forma de conocer la ciudad desde otra perspectiva.
Las ventajas de estos tours con guías bilingües no son sólo para los extranjeros, quienes pueden aprovechar al máximo la información que el guía de turno proporciona acerca de los lugares visitados, sino también para nosotros. Sentirnos turistas en nuestra propia ciudad es algo que no tiene precio. Permite que nuestra mirada se confunda y que reaccionemos como quienes ven la ciudad por primera vez.
Me tocó en suerte acompañar en el recorrido a un grupo de ingleses y holandeses. Sus caras de asombro frente a la historia de nuestras calles y barrios, relatada por el guía, aportaron una cuota de extrañamiento a esas misma calles que uno cree conocer casi de memoria.
Todo comienza por el Sur
San Telmo es un lugar especial para el comienzo. Sus calles empedradas se sienten distintas en bicicleta. Es como la sensación de atravesar un túnel del tiempo.
Sus casas antiguas y sus techos altos le aportan ese aire de tango que hizo tan famoso al barrio. Imposible es no detenerse en la plaza Dorrego. Cubierta de cemento y adoquines, fue lugar de residencia de uno de nuestros gobernadores, Manuel Dorrego. Convertida ahora en una suerte de patio gigante, la gente viene aquí a disfrutar, a tomar o comer algo al aire libre y es aquí donde, los fines de semana, los puestos de la Feria de los Domingos ofrecen desde discos hasta ropa de otras épocas.
La siguiente parada obligada dentro del barrio es el parque Lezama. Un enorme parque ubicado en donde antes se emplazó la aristocrática residencia de don Gregorio Lezama y su familia. Un monumento de gran tamaño al primer fundador de esta ciudad nos recibe en una de sus esquinas: don Pedro de Mendoza.
La vuelta al parque dura escasos minutos y nos deposita en el mirador, que nos ubica de cara a nuestro próximo destino: el barrio de La Boca.
La Boca es azul y amarilla por donde se la mire. Inevitable es no sorprenderse ante el gigantesco estadio de Boca Juniors, bautizado como La Bombonera, que nos da la bienvenida al barrio con su fachada llena de sorprendentes murales que grandes artistas argentinos dedicaron exclusivamente al club de los amores de la mitad más uno de los argentinos.
Sí, sí, señores, yo soy de Boca…
El turno de las referencias es ahora para los conventillos: tradicionales viviendas donde decenas de familias vivían y viven aún en La Boca. Techos altos, grandes pasillos, ventanales enormes y los colores que los inmigrantes determinaron circunstancialmente para formar parte de la línea estética del barrio.
Ocurre que este barrio, habitado a principios del siglo XX mayormente por inmigrantes italianos, debe su colorido a que ellos decidieron, por motivos económicos, pintar las casas con sobrantes de pintura que quedaban de los cargamentos que desembarcaban en el puerto. Estos colores vibrantes, entre los que resaltan el amarillo, rojo y verde, se convirtieron en el sello inconfundible del barrio y en la inspiración del pintor Benito Quinquela Martín, artista tradicional de La Boca, quien incluso ordenó pintar de esos colores los edificios que donó al barrio. En ellos hoy funciona una escuela y un museo que llevan su nombre y el famoso Teatro de la Ribera, perteneciente al complejo del Teatro Municipal General San Martín.
Seguimos el recorrido por la tradicional, pintoresca y tanguera callecita “Caminito”, con sus artistas callejeros y sus coloridos murales. Al compás del 2X4, siempre montados en nuestras bicicletas, nos fuimos alejando entonces para llegar a nuestra próxima estación.
I want to ride my bicycle
Nuestro próximo destino era la Costanera Sur de la ciudad, más precisamente, el pequeño pero histórico malecón donde décadas atrás funcionó el balneario municipal y donde hoy se erige la única reserva ecológica que posee la Ciudad de Buenos Aires..
Allí, las bicisendas permiten introducirnos en el aspecto natural que poseía la ciudad antes de la llegada de los conquistadores europeos. Pájaros de todos colores y tamaños acompañan con sus cantos nuestro recorrido mientras el famoso Río de la Plata asoma por algunos rincones y nos permite observar qué tan lejos pero qué tan cerca se encuentra el vecino país de Uruguay.
El humedal que representa hoy la Reserva Ecológica, y que cada tanto se quema intencionalmente, sirve para oxigenar los avances de las torres de Puerto Madero que cada día crecen más y más altas y que indican desde lejos que estamos llegando al barrio más nuevo que tiene la ciudad.
El puerto abandonado durante tantos años ahora se escribe y pronuncia con mayúscula. Fue reciclado con el mismo glamour que supieron tener en su momento barrios como La Recoleta o el coqueto Palermo.
Así, recorrimos los cafés, las torres, los negocios, oficinas y hasta el Yacht Club de Puerto Madero, mientras giraban las ruedas de nuestras bicicletas, viviendo la historia vieja y nueva de este barrio.
Después de casi dos horas de pedaleo, emprendimos la vuelta, con meta y destino final en la La Plaza de Mayo, donde es imposible dejar de mencionar la famosa Catedral, el Cabildo, la Casa Rosada y la Pirámide de Mayo.
Buenos Aires en bicicleta. Una forma inigualable de conocer turística e históricamente una hermosa ciudad como es Buenos Aires. Y que, por supuesto, se encuentra al alcance de todo aquél que se anime a pedalear.