La boya comienza a titilar para finalmente hundirse frente a la mirada incrédula de un pequeño al que apenas le alcanzan los brazos para levantar la caña. Si logró clavar al pez, la sonrisa será tan amplia que por mucho tiempo resultará imborrable. Y la anécdota pasará a formar parte de su vida.
Cuando un padre, un tío o un abuelo le regala a un chico una caña de pescar, en realidad no le está regalando un juguete, sino una filosofía de vida. Lo difícil es hacer que una filosofía de vida dure para siempre: ese es el verdadero desafío que tiene quien enseña a pescar.
Lo que a un niño le atrae en algún momento -por lo general, lo desconocido- puede aburrirlo en poco tiempo. Por eso, es muy importante cómo se les enseña este verdadero arte de la pesca.
Hay que entender que están haciendo sus primeros intentos en la pesca, al igual que en su momento lo hicimos nosotros. Llevarlos a pescar peces de gran porte no tiene sentido, ya que la mayoría de las veces requieren técnicas especiales, que se adquieren con el tiempo y la experiencia.
Para despertar en los chicos el interés por la pesca deportiva, hay que pensar en primer lugar que deben divertirse, deben sentir que detrás del agua se encuentra un mundo mágico que les puede deparar increíbles sorpresas en cualquier momento. La paciencia es otro de los requisitos fundamentales.
Formar a un pescador no es tarea sencilla y depende muchísimo de la relación que se establezca entre maestro y alumno. Hay quienes sostienen que el "gen del pescador" es algo innato y que puede despertarse en cualquier momento de nuestras vidas, tanto de chicos como de grandes. Lo importante es que el gen en algún momento se despierte.
Soy de aquellos pescadores que aún hoy, y después de haber vivido miles de horas pescando, sigue manteniendo intacta la fascinación de no saber qué hay debajo del agua.-